Por Santiago Prieto
Federación Colombiana de Vela
Cada amanecer, el sol se eleva para presenciar un espectáculo que combina la precisión de un reloj suizo con la fluidez de una sinfonía al viento. En cada certamen de vela que se realiza en nuestro país, lo que está en juego va mucho más allá de las medallas o los trofeos, es la oportunidad de reforzar lazos, forjar nuevas amistades y mantener vivo el espíritu de comunidad que caracteriza a quienes navegan bajo la bandera tricolor.
En el deporte de la vela, la comunión entre los navegantes es tan esencial como las velas que capturan el viento. Los competidores, lejos de ser rivales acérrimos, se convierten en aliados del agua, conscientes de que el verdadero desafío no es vencer al otro, sino aprender y crecer juntos.
El ambiente en cada cita deportiva es un reflejo de la filosofía que el Barón Pierre de Coubertin, fundador de los Juegos Olímpicos modernos, defendió: «lo más importante en la vida no es el triunfo, sino la lucha; lo esencial no es haber vencido, sino haber peleado bien».
La comunidad por encima de la competencia
El puerto de Cartagena, el Lago Calima, los embalses de Tominé, Guatapé y Topocoro, Puerto Velero y Buenaventura, se llenan de energía durante cada campeonato. Delegaciones de diferentes regiones del país se reúnen para competir, pero también para compartir.
Antes de zarpar, es común ver a los navegantes intercambiando consejos, afinando detalles y hasta ayudando a sus oponentes a ajustar sus embarcaciones, porque en la vela, al igual que en la vida, «la más grande victoria no es conquistar a otros, sino superarse a uno mismo», como decía el Barón de Coubertin.
El viento como maestro de vida
La vela enseña mucho más que tácticas y maniobras. Enseña paciencia, resiliencia y trabajo en equipo. Los veleristas entienden que el viento, tal cual como la vida misma, es impredecible; hay días en los que el mar está en calma, y otros en los que las olas parecen querer tragarse todo a su paso.
Sin embargo, estas situaciones siempre las enfrentan juntos, y en esas aguas difíciles es donde se fortalece el espíritu de camaradería. «La colaboración es la base de todo progreso», dijo alguna vez Coubertin, y esas palabras parecen materializarse en cada certamen de vela.
La relación entre los navegantes es como la que existe entre una tripulación y su barco: cada uno cumple un rol fundamental para que el conjunto funcione a la perfección. Los éxitos individuales, si bien son celebrados, pasan a un segundo plano cuando la meta común es engrandecer el deporte.
Más allá del podio
Al final del día, cuando los últimos rayos del sol se reflejan en las aguas tranquilas y las velas comienzan a arriarse, los competidores se reúnen en las orillas; las risas, los relatos y las anécdotas inundan el ambiente, como si el cansancio de las regatas se evaporara con cada historia compartida.
El deporte, ese que para muchos es sinónimo de competencia, en la vela colombiana se transforma en un vehículo de unión. Las diferencias se disuelven, y lo que queda es una comunidad que se respeta y celebra el esfuerzo de todos.
Como lo expresó Coubertin: «el deporte es parte del patrimonio de cada hombre y mujer, y su ausencia nunca podrá ser compensada». En la vela colombiana, no solo se practica un deporte, se construye una familia que, regata tras regata, crece con el viento y se fortalece con el agua.